lunes, 1 de diciembre de 2008

Le Mépris, Jean-Luc Godard, 1963


Godard nos recuerda que para Bazin el cine sustituye un mundo amoldado a nuestros deseos, para después afirmar que la película trata sobre este mundo.
Es un mundo bien delimitado, es el mundo de Godard. Cómo entiende el cine, la relación con su pareja y su profesión. El espectador queda relegado a la posición de voyeur y para que no nos sintamos excluidos nos regala bellísimas imágenes dándonos pistas para que no nos perdamos en sus juegos metalingüísticos.
Godard es en parte recolector de frases y aforismos ajenos, metaboliza filosofías nuevas y también las olvidadas y todo esto lo refresca devolviéndolo en forma de juegos de palabras. Juega con el lenguaje cinematográfico para crear algo nuevo.
Planos llenos de guiños a cinéfilos, pero también guiños para los amantes de la literatura, de la poesía y del arte en general.
Aprovecha las posibilidades técnicas del formato, Scope, y del color, Technicolor. Homenajea el color mostrándonos los magentas, cian y amarillos que forman la paleta de color, según el método de sustracción en base al cual se compone la técnica del Technicolor. Explora los diferentes encuadres que ofrece el Scope. E incluso se permite ironizar con la célebre sentencia de Lang “El cinemascope únicamente sirve para filmar serpientes y entierros” haciendo al maestro rodar en este formato.
En la primera escena y después de habernos mostrado los artificios del cine, la cámara se vuelve hacia nosotros para mostrarnos la vida que inspira al cine.
Le Mépris es un drama teñido de ironía. Engranajes que funcionan dentro y fuera del film, un juego intelectual que permite ser leído a diferentes niveles.
La lucha del individuo contra sus circunstancias, así describe Fritz Lang la motivación de la novela de La Odisea, siendo éste el verdadero tema central de la película.
Ulises encarnado en Paul, es a su vez el alter ego de Godard, Penélope es Camille una maravillosa Brigitte Bardot que ante nuestros ojos se convierte por medio de una peluca en Anna Karina, el papel de dios Neptuno, el caprichoso dios es encarnado en Prokosch que a su vez simboliza la industria del cine más despiadada y feroz y Fritz Lang que encarna el cine puro, la autoría, el arte y la protección de todo esto, simbolizando a Minerva, la protectora de Ulises.
El azar en forma de malentendido hará que brote el sufrimiento donde había alegría, desconfianza donde antes había seguridad y el desprecio donde antes había amor incondicional y ciego.



En una sala de visionado de la decadente Cinecittà y con la sentencia “El cine es un invento sin futuro” de Louis Lumiere enmarcando la escena, el excesivo y bien jugado papel de productor se enfada al contemplar las secuencias rodadas por Lang, simplemente porque lo escrito en el guión no aparece en la pantalla, un irónico Lang, encarnación del autor, defiende la diferencia entre el leguaje escrito y el filmado a lo que Prokosch replica “cada vez que oigo la palabra cultura extiendo mi talonario” y usando a la traductora como mesa, en una posición vejatoria, se dispone a firmar un cheque para comprar lo que él quiere ver sobre la pantalla. En una réplica brillante, Lang les cuenta como los nazis llamaban revólver al talonario. El dinero compra al artista y a su arte, lo corrompe limitándolo y así lo destruye.
De la misma manera se corrompe la relación amorosa del matrimonio. Aceptar el trabajo por parte de Paul y el problema de incomunicación que aflora a partir de un malentendido destruye los cimientos de su relación.
Paul y Camille sostienen una conversación que arroja luz en el conflicto del matrimonio, más allá de la metáfora, Godard separa a la pareja con una lámpara la cual Paul enciende cuando espera la réplica de Camille y sin encuadrarlos juntos en ningún momento, comprendemos que ya está todo perdido, Camille ya está lejos, siente un profundo desprecio por la persona a la que antes amaba sin concesiones.
Todo este drama desemboca en un final contradictorio para el espectador. La muerte del productor y de Camille en lugar de ser recibida como un gran trauma es acogida como una especie de alivio, el director puede terminar la obra como quería y Paul puede volver a la dramaturgia. El productor y Camille son dos lastres para sendos artistas y con su muerte el arte se revela en su forma más pura.
El plano final de Ulises divisando su querida Itaca se vuelve un plano fijo del mar que se trasforma ante nuestros ojos en un lienzo de esperanza. Un plano del mar donde no divisamos Itaca pero que plantea la reflexión de lo que en realidad inspira todo arte, la naturaleza. Ya lo dijo Fritz Lang recitando a Dante: “Aprended de donde habéis venido, no estáis aquí sólo para ser sino para descubrir el conocimiento y la moral”.

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