lunes, 1 de diciembre de 2008

Pickpocket. Robert Bresson, Francia, 1959, b/n.





“El cine no es un espectáculo, es una escritura”
Robert Bresson


Un cine que reflexiona sobre si mismo y que nos muestra el martirio de un joven para invitarnos a gozar de su redención.
El cine de Bresson es, en parte, como sus propios protagonistas. A primera vista son “modelos” que nada dicen, hieráticos (elemento ligado a lo Trascendente), sin un atractivo físico relevante. Pero a medida que se desarrolla la trama, comenzamos a observar como se transforman ante nuestros ojos, encontrando signos de belleza e incluso, al final, logramos entender las motivaciones del protagonista siendo partícipes de su redención.
Bresson nos advierte de que “no es un film policiaco, el autor trata de expresar, a través de imágenes y de sonidos la pesadilla de un hombre empujado por su debilidad en una aventura de robo para la cual no estaba hecho…”. Bresson completamente consciente del arte que maneja, lo desnuda y comienza a narrar usando diferentes niveles de escritura.
La película arranca con un plano detalle de la mano de Michel escribiendo en su diario, al mismo tiempo que podemos leer lo que Michel escribe, su voz en off lo relata, para seguidamente, aunque en esta primera secuencia es más general, lo hará específicamente más adelante, relatar la acción en imágenes. Bresson hace que experimentemos la acción por duplicado y hasta por triplicado. La misma acción es narrada a través de la palabra escrita, la leída y de lo que podemos observar. Así consigue enfatizar esos momentos de cotidianidad de la vida de Michel, los intensifica e incluso los congela para el espectador. Cuando leemos algo en pantalla, el espectador de forma natural crea una imagen de lo que es narrado, Bresson detiene este mecanismo introduciendo la voz en off, para volver a producir el mismo resultado en nosotros y finalmente, nos lo muestra en imágenes, nos excluye así de la narración, nos invita a experimentar desde la distancia.
Las imágenes tienen siempre algo en común. La sucesión de imágenes sencillas, despojadas de florituras estilísticas pero de cuidada planificación y un montaje dinámico, unas manos nos llevan a una cartera, un libro nos transporta a la siguiente escena, las escaleras de la comisaría nos trasladan a las escaleras de su piso, es la unidad que empuja al espectador a seguir la narración, además de una creciente curiosidad y expectación por la historia relatada.
Como he señalado al principio, Bresson escribe con imágenes y sonidos. En la primera secuencia del film, nos encontramos en el hipódromo, en ningún momento vemos los caballos, ni a tanta gente como oímos, el sonido relata a un nivel distinto que la imagen, complementándose para generar en el espectador la sensación de estar en un verdadero hipódromo lleno de gente. Bresson cierra el plano para mostrarnos a Michel y a su víctima y el resto es recreado a través del sonido.
La música es otro elemento sonoro de gran importancia. Bresson usa en contadas ocasiones la música extradiegética, otorgándola así una importancia vital en el film. Para ésta ocasión elige una obertura del compositor barroco francés J. B. Lulli, una pieza que aunque no es religiosa, por la forma en que Bresson la utiliza asciende a la categoría de sacra. Tenemos que esperar al minuto veintidós del film, cuando Michel sigue al que será su cómplice al bar donde le adoctrinar, para escuchar la pieza musical (aunque ya la hemos escuchado en los títulos de crédito). La música ensalza los momentos clave de la transformación de Michel. Esta secuencia en el bar se compone de planos detalle y suaves movimientos de cámara que dibujan una coreografía de asombrosa emoción. Emoción que contrasta con la austeridad del resto de la película.



El siguiente momento “místico” es el generado por la duda de Michel cuando se muere su madre y reniega de Dios diciendo que “creyó en Él durante tres minutos”, en ese momento la música vuelve a sonar uniendo la imagen de Michel sólo y de espaldas, ¿a Dios?, con su mano escribiendo y su voz en off narrando lo que presenciaremos segundos después. Son pues los momentos de revelación los que vienen enmarcados por el leitmotiv de la película. Dos momentos de transformación más unidos al leitmotiv serían cuando deja que su amigo se vaya con Jeanne y él observa satisfecho el reloj que ha robado sólo porque era bonito. Michel no roba por necesidad económica, lo hace porque es el camino marcado para su redención, algo que insinúa su amigo Jacques diciendo “uno ha de aceptar lo que le viene”. El siguiente momento es cuando Jeanne le abraza y le anima a irse de la ciudad habiéndose dado cuenta de que su madre conocía su secreto y ahora Jeanne también. Su peregrinación como cualquier camino de trasformación viene enmarcada también por este tema musical. Cuando vuelve a Paris y conoce al niño de Jeanne y su situación, algo cambia para Michel, tiene a alguien a quien cuidar, otra forma, una vez más, de expiación. La película está llegando al final, Michel vuelve a Longchamp, donde comenzó su andadura, tentado por un policía encubierto. Él siente que algo no va bien, pero como si quisiera forzar la situación para llegar a su liberación comete el último robo que le llevará a la cárcel.
La cárcel para Michel es la libertad, es el lugar donde concluye su martirio. Aunque en un principio no es capaz de ser humilde y piensa que ha echado de su lado a Jeanne, la carta de ésta es el impulso final para su salvación. Se libera e incluso le vemos dibujar una sonrisa en su rostro, lo que conduce al momento sublime en el que reza “pobre Jeanne, para llegar a ti qué extraño camino tuve que tomar”. El espectador aquí puede abandonándose a este momento de extraordinaria belleza y así comprender el extraño periplo de Michel.

1 comentario:

Tomás dijo...

Otro gran film desde un carterista, menos trascendental y más salvaje, es Pickup on South Street de Fuller.

Saludos
Tomás